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Vulnerabilidades

Para América Latina es todo un desafío poder generar un crecimiento sostenido en el tiempo; es más fácil para los gobernantes dar pescado que enseñar a pescar a la población
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16 de septiembre de 2018 a las 18:37

Hace unos pocos días un amigo español que ha viajado mucho por América Latina, me comentaba a raíz de las crisis económicas y cambiarias de Brasil y Argentina y de las fluctuaciones de otros países, que los latinoamericanos no terminamos de madurar económica y socialmente, que siempre estamos en la lista de mercados emergentes pero no terminamos de emerger nunca, a diferencia de otros países asiáticos que sí lo han hecho creciendo a tasas importantes por períodos significativamente largos y sin que ello estuviera relacionado con el viento de cola o de frente. 
Y quizá salvo contados ejemplos (Chile y Perú) eso es verdad. América Latina no logra crecer en forma sostenida. Es verdad que ha disminuido la pobreza extrema pero aún no son sólidas las clases medias. 

Y hace un par de días, mi amigo me envió las declaraciones del nuestro representante de Pnud para América Latina, nombrado el pasado mes de junio. “Latinoamérica es una región de ingreso medio, pero que no ha podido consolidarse como una sociedad de clase media. La mayor parte de la población, si bien ha salido de la pobreza, sigue estando en una situación de gran vulnerabilidad”, dijo el director regional del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), Luis Felipe López Calva. Como se puede apreciar, al nuevo director del Pnud, reconoce la salida de mucha gente de las zonas de pobreza extrema pero le preocupa la vulnerabilidad de estas clases medias. Es más, dice que ese tema es uno de los principales problemas que debe afrontar la región si quiere cumplir con las metas globales de desarrollo sostenible.

La mejora económica es algo innegable y no solo en América Latina sino a nivel mundial. Según The Economist, que está cumpliendo 175 años de vida esta semana, durante su periplo periodístico la expectativa de vida pasó de 30 a 70 años y el porcentaje de personas que viven en extrema pobreza ha pasado de ser el 80% de la población mundial al 8%, y ello pese a que la población pasó de 100 millones de personas a mitad del siglo XIX a 6500 millones en la actualidad. También creció en forma dramática la tasa de alfabetización. 
Pero esa notable mejoría no ha reducido las vulnerabilidades. Y menos en América Latina, como lo demuestran los números publicados por el Pnud hace pocas semanas. Es que el objetivo no eliminar la extrema pobreza, tan encomiable por razones de la mera dignidad humana, no es suficiente para mejorar la situación de tantas personas. 
En muchos lados, la disminución de la pobreza está atada con alfileres y puede ocurrir un retroceso si esa mejora no se afianza con educación y perspectivas de trabajo.

Lo que dice López Calvo sobre América Latina es una gran verdad. Y aunque no todo el continente sea comprable, el problema de la vulnerabilidad afecta a todos los países. A unos más, a otros menos pero la vulnerabilidad está ahí presente. Y más presente cuanto la salida de la pobreza se ha dado con base en subsidios y ayudas que, si bien son necesarias en algunos lugares y por algún tiempo, no son la solución permanente. La solución permanente es enseñar a pescar y dar un caña más que dar pescado. Y los países de América Latina tienen enormes dificultades en este campo: recurren con más rapidez al subsidio que a la educación.
Uruguay no escapa a este fenómeno y por eso el Pnud dice que en el Estudio Longitudinal del Bienestar en Uruguay que si bien la pobreza se abatió enormemente entre 2004 y 2015, aún hay un 40% de los hogares que están en situación vulnerable. Que está en línea con lo que afirma López Calvo de toda América Latina.
Esto no quiere decir que la situación de Uruguay sea igual a la de los demás. Lo que quiere decir es que hay que estar muy atentos y evitar la complacencia porque esta situación de vulnerabilidad está presente. 

Lo peor que puede hacer el gobierno es soslayarla y regodearse en la reducción de la pobreza. Lo mejor sería realizar esfuerzos por detener y revertir nuestra decadencia educativa y, con ello, mejorar la integración social y las oportunidades de futuro de aquellos que están en situación vulnerable. Pero claro: es más fácil repartir pescado que enseñar a pescar. Es más fácil implementar subsidios a través del Mides que reformar la educación a través del MEC y la ANEP. Pero no olvidemos que habitualmente el camino más fácil es el menos sustentable y que las reformas duraderas son las que más cuesta implementar. A ello apuntan las reformas sugeridas por instituciones como Eduy21 y por eso generan más escozor en los diversos estamentos gubernamentales. 
Lo único que cabe esperar es que el próximo gobierno, sea del partido que sea, encare esta reforma y convoque a un consenso político y ciudadano de que la hora de las reformas no puede esperar ni un minuto más. 

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