Un país donde la presidenta saliente, no se quiere ir, y lo deja en evidencia sin pudor. Un país donde, antes de irse, la presidenta intenta votar miles de millones para la provincia a la que pertenece (o sea, una especie de desfalco institucional).
Un país donde la presidenta que se va hace lo imposible por no verle la cara al presidente que viene. Un país donde la presidenta que se va y el presidente que viene protagonizan una escena digna del dúo Pimpinela.
Un país donde la presidenta que se va, una vez que se fue, dice que ni vio por TV la ceremonia de asunción del presidente que viene, algo que, supuestamente, le debería seguir interesando como política, como mujer, como ciudadana.
Un país donde el orfebre que construyó el bastón de mando que se iban a traspasar ella y él, aparece en la tapa de todos los diarios preguntándose qué cuernos hacía con el bastón (las propuestas que se leyeron en los comentarios de los lectores de algunos diarios coincidían en el consejo).
Un país donde si uno quería oír insultos contra la oposición tenía 6,7,8 o más canales y radios que lo hacían. Un país en el que si quería escuchar insultos contra el gobierno tiene una larga grilla de periodistas que se quejaban de la libertad de expresión mientras le decían yegua a la presidenta (el que entendió que esto era todo un espectáculo digno de la calle Corrientes fue Lanata, que se puso un traje violeta, una corbata a cuadros y montó un show televisivo que rompió ratings).
Un país donde, luego de debatir los principales candidatos, el tema más destacado fue lo bonita que eran sus esposas. Un país donde se mezclan las propuestas electorales con el maquillaje y los diseñadores que vistieron a sus mujeres.
Un país donde el nuevo presidente se saca la banda, como quien se sacara una mosca del hombro, y baila en el sacro balcón de la casa Rosada mientras que su vicepresidenta, desde su silla de ruedas, canta a capella un tema de la famosa bailantera ya fallecida Gilda.
Entonces, luego, uno debe escuchar con cara de piedra a los que, con pose de culturosos, dicen que Marcelo Tinelli es uno de los responsables de socavar no sé qué valores culturales rioplatenses a través de la TV, un ámbito que es, o debería ser, más frívolo y entretenido que, por ejemplo, la política.
A Tinelli se lo compara, en ciertos ámbitos, con lo más bajo que puede caer un comunicador, y a sus seguidores con zombies babeantes que se comen cualquiera.
Al menos Tinelli presenta en su programa los enfrentamientos amorosos, las vedettes y los bailes, en el contexto debido y con una puesta en escena mucho mejor a la que sigue dando la política argentina. O sea, después del espectáculo que se vio en nuestra vereda de enfrente, se puede concluir que, para lo que hay, Tinelli es demasiado serio.
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