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Sobre educación, madres y padres

La educación positiva ha sido fuertemente estimulada por marcos normativos internacionales y nacionales
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18 de septiembre de 2023 a las 05:00

El abordaje de los desafíos derivados del COVID-19 pusieron aún más en el tapete la necesidad de priorizar y abordar integralmente el bienestar social y emocional de los educadores y alumnos como condición sine qua non para gestar y concretar procesos efectivos de enseñanza y de aprendizaje (UNESCO-OIE, 2023). Ciertamente la dureza y la crudeza de las vulnerabilidades que impactan fuertemente en la educación, con sus correlatos consabidos en la discontinuidad e incompletitud de los aprendizajes, y en gran medida devenido en expulsión de los alumnos de los sistemas educativos, marca la urgencia de ensanchar las miradas sobre el bienestar involucrando a madres, padres y comunidades en su análisis y encare.

Una de las puntas posibles para su abordaje radica en entender cómo se entrecruzan las visiones y las prácticas desde la educación, así como desde madres y padres, bajo la presunción que las relaciones entre educación y sociedad son de puertas vaivenes que reflejan encuentros y desencuentros en torno a qué se debería priorizar en la formación de las nuevas generaciones y cómo concretarlo. 

Frecuentemente los sistemas educativos buscan transitar por un camino que aspira a ser más inclusivo de la diversidad de contextos, circunstancias, capacidades y motivaciones de los alumnos y de las alumnas, mientras que las expectativas de padres y madres pueden estar más lógicamente centradas en potenciar y apuntalar los aprendizajes de sus hijas e hijos y que no necesariamente se exterioriza en una conceptualización amplia de la inclusión. Uno de los debates medulares yace en torno a cuan los padres están convencidos que una composición heterogénea del alumnado en las aulas ya sea en perfiles culturales y sociales, o de capacidades cognitivas, favorece o no las posibilidades de desarrollo de sus hijas e hijos.

La prestigiosa revista interdisciplinar francesa, Sciences Humaines, en su número de Julio del 2023, aborda como dosier la discusión en torno a la educación positiva bajo el sugestivo subtítulo de porqué la misma divide a los países. El paradigma de la educación positiva, alentado fuertemente por psicólogos y educadores, se basa esencialmente en priorizar el desarrollo integral del infante bajo miradas más optimistas sobre su devenir, de mayor confianza en los mismos, más atentas y respetuosas a su bienestar y que buscan fortalecer sus competencias socioemocionales. Como señaló el presidente de la Asociación Americana de Psicología, Martin Seligman (1998), la educación positiva puede contribuir a que la gente sea más feliz y resiliente.

Asimismo, la educación positiva es una referencia fundamental, que mantiene absoluta vigencia, para ayudar a prevenir, alentar y condenar todas formas de violencia hacia los infantes.

En la línea de lo señalado en Sciences Humaines, el paradigma de la educación positiva tiene un fuerte anclaje programático en pedagogos referentes como Célestin Freinet y Maria Montessori, que desde el siglo XIX, han argumentado en favor de renovadas maneras de educar, menos autoritarias y más adaptadas a los ritmos de aprendizaje de cada alumno. Quizás sea equivalente a lo que hoy en día se conoce como una educación personalizada que busca atender la diversidad de expectativas y de necesidades de todos los alumnos por igual, y lo hace ajustando tiempos y contenidos de instrucción, así como los modos educativos y los ambientes de aprendizaje.

Asimismo, la educación positiva ha sido fuertemente estimulada por marcos normativos internacionales y nacionales. Particularmente, la Convención sobre los Derechos del Niño promovida por UNICEF y aprobada como tratado internacional de derechos humanos en 1989, establece en su artículo 3, que todas las medidas respecto del niño deben estar basadas en la consideración del interés superior del mismo (ver https://www.un.org/es/events/childrenday/pdf/derechos.pdf). 

Como bien arguye la socióloga británica, Mary Dale, la convención no solo redefinió el rol del infante en la sociedad, pero, asimismo, las relaciones entre padres y niños. El espíritu y la materia de la convención, y sus desarrollos posteriores, trasuntan, entre otros, el desafío que madres y padres enfrentan a la hora de desempeñar roles versátiles, esto es, de congeniar apuntalar las necesidades afectivas de sus hijos, tener en cuenta sus opiniones y vivencias y fortalecer su capacidad de actuar, pero a la vez fijar límites y reglas. Se trata de que los padres marquen el “contorno de la cancha” a efectos de estimular positivamente el desarrollo de sus hijos e hijas.

Ciertamente el alcance y las implicancias de la educación positiva deviene un asunto controversial en la medida que se la pueda asociar, equivocada y de manera caricaturesca, con total permisividad y ausencia de límites, así como también atribuirle al infante capacidades de entendimientos, márgenes de acción y de decisión que pueden estar desfasados de su ciclo vital.

Asimismo, no se puede reducir lo positivo a un laissez faire, esto es, a dejar que el infante se desarrolle por sí mismo sin que se aprecie la necesidad de orientarlo y de estimularlo equilibradamente para que pueda desarrollarse. La sobreestimulación puede generar presión, bloqueo, estrés y desafección en los infantes. Tampoco lo positivo puede desprenderse de valores que informan el desarrollo del infante bajo determinados parámetros y que, en muchos casos, pueden ser reflejo de visiones contrapuestas sobre el progreso, el desarrollo, la competencia, la cooperación y la solidaridad, entre otras referencias que puedan entenderse como fundamentales.

Interesante de anotar como la educación positiva impacta en los modos en las madres y los padres abordan la educación y desde que convicciones, certitudes, dudas y contradicciones lo hacen. Al igual que los educadores se enfrentan al desafío de definir que es efectivamente una educación positiva, padres y madres tienen que buscar responder a la ambivalencia que resulta, tal cual señala el sociólogo François de Singly (2006), de que el infante es a la vez pequeño, y por tanto vulnerable y dependiente de los adultos, pero también es grande en derechos legalmente estatuidos.  

El entrecruzamiento de formas de entender la educación positiva desde los sistemas educativos, y en particular desde los educadores, madres y padres, son objeto de controversias y de posicionamientos difíciles de conciliar. Mientras que, para algunos, sean educadores o madres o padres, ciertos comportamientos de los infantes son indicativos de inmadurez, para otros develan transgresión. La educación positiva podría dejar de lado lo que el sociólogo Wilfried Lignier (2022) lamenta como la ocultación de la faz sombría de la infancia como, por ejemplo, los conflictos, los juegos de poder y las rivalidades. Clara ésta que las fases sombrías afectan a todas las personas con independencia de su edad.  

El dosier de Sciences Humaines nos ilumina sobre los modos parentales de encarar el desarrollo del infante bajo un mar de demandas y presiones diferentes, y de elevada incertidumbre entre los adultos sobre qué normas e ideales ameritan ser conservados y transmitidos a las generaciones más jóvenes (Claude Martin, 2018).  Por un lado, lo que se denomina como las posturas de madre / padre jardinero, esto es, que riega y habilitar crecer, que asume el cuidado del ecosistema y deja que la naturaleza haga el resto; mientas que, por otro lado, las posturas de madre / padre alfarero que busca moldear totalmente el devenir del infante. Lógicamente los modos parentales no se dan en estados puros aun cuando evidencian no solamente visiones del infante, sino también del adulto, y de las relaciones entre los mismos.

Asimismo, el psicopedagogo, Bruno Humbeeck, en la obra seminal Hiper Parentalidad (2022), se refiere precisamente a tres modos de hiper parentalidad que, en gran medida, son respuestas a un cuadro incremental y contradictorio de exigencias que se expanden en la sociedad, así como en los circuitos próximos y de pares de madres y padres. No se trataría de una patología sino de lo que Humbeeck entiende como un exceso del ejercicio de la parentalidad. 

Humbeeck diferencia tres modos de hiper parentalidad bajo el entendido que, en la realidad, se dan diferentes combinaciones entre las mismas, a saber: 

  1. los padres helicópteros que abrigando buenas intenciones educativas dan vuelta alrededor del infante ejerciendo niveles exacerbados de vigilancia a la luz de un ambiente que es comúnmente percibido como peligroso (se prioriza la seguridad del infante);

  2. los padres dron que se enfocan en darle lo mejor a sus hijos en todo sentido, sustentado en una idea de perfección y que busca permanentemente anticiparse a sus deseos (se prioriza el bienestar del infante); 

  3. los padres curling – equivalente a rizar el pelo – que actúan sobre el ambiente bajo la esperanza de influir positivamente sobre la trayectoria del infante y de remover todo obstáculo que se le puede presentar (se prioriza el éxito del infante). 

Inclusive en el caso de los padres curling, Humbeeck hace referencia a cuestiones morales y societales como, por ejemplo, que los padres intenten hacer lobby con los educadores. 

Más allá que los modos de hiper parentalidad son constructos que nunca se dan en estado puro en la realidad o inclusive es difícil saber cuales de ellos predomina al estar interrelacionados, importa su análisis ya que refleja diferentes valoraciones sobre la crianza y el desarrollo de los infantes que no solo impactan en ellos mismos, sino en los entrecruzamientos de sistemas educativos, educadores y padres. En efecto puede llevar a que en dichos entrecruzamientos se pierda de vista el todo indivisible que es cada ser humano (Edgar Morin, 2020). 

Humbeeck pone en el tapete la discusión sobre si el bienestar del infante puede lograrse en ausencia del bienestar de los adultos, o más aún, que los padres tienen derecho de decidir, en tanto adultos, que tiene derecho al bienestar y que no lo deben sacrificar. En tal sentido, resultaría conveniente plantear relaciones justas y balanceadas de bienestar entre infantes y adultos que no se vean en términos de sacrificios, postergaciones, o inclusive de reproches a presente y a futuro.  

En síntesis, el abordaje del bienestar y el desarrollo integral del infante, erigido en el interés superior del mismo como norma, no se “salda” con solo reconocer que los contextos sociales y las emociones están implicadas en todo aprendizaje, sino que crucialmente forma parte de visiones sobre educación y sociedad que requieren de renovados diálogos entre los actores educativos, padres y madres. No se pueden dar como consabidas y acordados valores, expectativas y necesidades que pueden resultar de posicionamientos encontrados sobre lo que espera de la educación y de los sistemas educativos. En tal sentido, la hiper parentalidad devela entramados complejos de valores, actitudes e intencionalidades, así como de realidades percibidas y sentidas, que nos interpelan en la aspiración de forjar sociedades saludables a través de una educación positiva que promueva cercanías y encuentros entre diversidad de tradiciones, afiliaciones y credos. 

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