Siempre me ha parecido aberrante que
diarios y revistas ofrezcan sus contenidos en forma gratuita. La era de internet nació con muchos defectos, siendo este uno de los peores de ellos: hacer creer al lector que, sin pagar un centavo, puede acceder al trabajo hecho por alguien que invirtió tiempo y esfuerzo en una labor para la cual tuvo que prepararse y dedicarle horas largas de su vida.
Afortunadamente, los tiempos van a cambiar, ya están cambiando. Creo, y nada indica que vaya a estar equivocado, que el movimiento hacia un punto de común acuerdo entre todas las publicaciones, esto es, hacia la estandarización del modelo de suscripción, resulta irreversible. El que quiera leer, que pague. La tendencia mundial va camino a convertirse en realidad.
¿Por qué las palabras escritas e impresas tienen que ser gratis? La pregunta, retórica si se quiere, antecede a la aparición de la modalidad cibernética de acceso sin cargo al material de lectura. Cierta vez, en la presentación de uno de mis libros, una elegante señora me preguntó, usando el verbo en condicional como estrategia de convencimiento: ¿no me regalaría un ejemplar autografiado?
"Señora, ninguna mutualista la atiende si no paga la cuota mensual, y ningún club la va a dejar usar la piscina si antes no se hace socia", le dije, siendo esa la respuesta que doy cuando vienen a mendigar por un libro. Ahora, la lógica en cuanto al futuro de la lectura en publicaciones con contenido diverso va por el camino correcto.
Por otra parte, tal como me decía el otro día un experto en el tema, "a los diarios y revistas les dejó de interesar la idea de tener 'más lectores'; prefieren tener 'lectores calificados", lectores a los que les gusta leer y pagan por eso". La experiencia de casi 40 años en el periodismo me dice que los buenos lectores, los que leen con
inteligencia y respeto, son aquellos que pagan, y no quienes leen el diario regalado con la complicidad de internet. Decía Paul Valéry que su poesía "tenía 300 lectores", pero que eran los 300 mejores lectores de
Francia. Diarios y revistas están a la caza de esos lectores, 300 o más, que pagan por leer, porque en esta vida nada es gratis, y menos pueden serlo las palabras impresas.