Opinión > ANÁLISIS

Pidan perdón, expliquen y prometan

Para no cometer los mismos errores del pasado, hay que avanzar
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14 de abril de 2019 a las 05:00

Lejos estoy de ser politólogo o experto en temas militares. Más allá de que me puedan interesar la geopolítica, la historia, y pensar en las Fuerzas Armadas en el país en el que vivo y amo, no quiero opinar como un sabelotodo. Soy un simple ciudadano que se crió en dictadura y quiere garantizarle a sus descendientes que en Uruguay dictadura nunca más, nunca jamás, ni de derecha, ni de izquierda ni en el nombre de Alá.

Opinaré como un entusiasta de Popper y de la sociedad abierta, y un perpetuo preocupado por sus enemigos. Lejos está la agronomía de ser algo que prepare para la guerra, aunque un colega agrónomo sea el nuevo subsecretario de Defensa.

Tuve la suerte de criarme en un hogar democrático y pragmático. En mi casa estaba tan espantosamente mal la violencia de derecha como la de izquierda. Esa equivalencia viene en mí, no desde discursos teóricos sino dese uno de mis recuerdos más antiguos.

Todavía no iba a la escuela así que supongo que tendría cuatro años y por lo tanto fuese el año 69. O tal vez 1968. Mis hermanos habían empezado las  clases en el liceo Bauzá. Yo desayunaba y en eso volvió uno de mis hermanos, Álvaro muy agitado y con los ojos desorbitados.

Había salido de clase y había dos trincheras, en una los de izquierda, en otro los de derecha. Insultos amenazas y mientras estaba parado sorprendido por la situación escuchó una detonación ¡uh plick! Al ver la ventana detrás suyo agujereada se había dado cuenta que una bala había zumbado su cabeza.

Recuerdo preguntarle a mi hermano si la bala la habían tirado los de derecha o los de izquierda y lo recuerdo mirarme con cara de que soy un niño pequeño que pregunta tonterías y decirme: “¡Y yo qué sé! ¡No me iba a quedar  ahí averiguando!”

Cualquiera pudo haber sido. Aquellos vientos trajeron las tempestades dictatoriales, el terrorismo de Estado, los presos políticos, la tortura, la desaparición de personas. 

Desde el plebiscito de 1980 cuando tenía 15 años y potenciado con el ingreso a la Universidad en el 83, creo que la única lucha que permanentemente vale la pena es la de la construcción de una mejor democracia. En ese interés por una lógica democrática en proceso de mejora continua me llevé una gran decepción con el pacto del Club Naval, que empezó a garantizar la impunidad a cambio de proscribir a Wilson Ferreira Aldunate. Y una segunda decepción con la ley de Caducidad, apoyada por el propio Wilson. Esa democracia renga es la que hemos tenido hasta ahora. Con un primer presidente en una elección donde el favorito fue dejado infamemente afuera, a cambio de la impunidad guardada en un cofre fort.

Debimos tener elecciones sin proscriptos en 1984 y el Estado no debió renunciar a la pretensión punitiva a la tortura, el encarcelamiento,  el secuestro o la bomba.

Pero no se puede volver atrás, solamente intentar mejorar de aquí para adelante. Y para que exista una relación saludable entre la sociedad y los militares tiene que haber verdad. Toda madre merece saber  lo que pasa con sus hijos. Solo hay dolor más terrible imaginable que la muerte de un hijo que muere asesinado,  y es que se decrete que ese asesinato no se informa ni se investiga.
Queda poco tiempo para que esos padres y madres tengan la verdad. Uruguay no puede cargar con esa caja negra. Como un mero ciudadano, me da mucha vergüenza que Luisa Cuesta haya fallecido sin saber. Y no quiero que le pase a más nadie. Qué pasó con cada hecho de violencia. Las desapariciones, los secuestros, la infame bomba en un club de bowling que hiere a una trabajadora, todos los asesinatos.

No me interesa que haya rédito de partido alguno ni que la izquierda o la derecha se pongan a decir “vieron, ellos son los malos”.  Tal vez haya que reeditar la Comisión para la Paz. Meramente apelar a aquel dicho de Stewart Brand en un congreso de hackers: “La información quiere ser libre”. Lo que se barrió bajo la alfombra asoma. No hay manera de que este tema se termine, que no sea que todos los involucrados cuenten la mayor cantidad de verdad posible y pidan perdón por recurrir a la violencia con un fin político. 

Es necesario cicatrizar y a partir de esto discutir y promover el más alto consenso en torno al pluralismo, la separación de poderes, las garantías permanentes a los ciudadanos en cuanto a que no serán perseguidos ni a causa de sus ideas políticas, o religiosas, o su color de piel, o su preferencia sexual, o las plantas que tenga en su jardín, ni lo que haga con su vida privada sin perjudicar a terceros.

Es necesaria una garantía clara de que en esta comarca, intentamos construir una democracia cada vez mejor y libre de violencias. Para concentrarnos en el futuro, es necesario terminar de pagar las facturas que nos dejó nuestra muy imperfecta salida de la dictadura.
Esto puede parecer algo ingenuo. ¿Por qué hablarían ahora los militares? Tal vez porque una vez que se sabe cómo ha fallecido uno de los desaparecidos, es el momento de que se explique cómo fallecieron todos y cada uno de los demás. 

Si mantienen un pacto de silencio, tal vez el próximo presidente deberá mirar el ejemplo de Costa Rica que cambió hacia una guardia nacional que nos proteja de narcotráfico, piratas de los mares, terroristas buscando arraigar en algún lugar tranquilo, pero que corte con el deshonor que hoy se mantiene. Antes, dar la posibilidad a una comisión de la verdad y de la paz que sea como un consejo de notables, sin revanchas pero con un pacto de transparencia y sinceramiento.

A partir de eso persistir la mejora de la calidad democrática, que también implica republicanismo, libertad de prensa, separación de poderes pluralidad de partidos, prensa libre, nuevos derechos consolidados, libertad para ser y para emprender. Pero todo eso solo es posible si la institución militar nos dice lo antes posible todo lo que sabe. Tiene que saberse sobre lo posible, sobre las circunstancias de la muerte de cada uno de los uruguayos que falleció por violencia política. Los Gomensoros y los Báez. Es tal vez la última chance para que la verdad sobre la violencia política de la segunda mitad del siglo pasado irrumpa. Aunque en un caso la responsabilidad sea del Estado y en el otro de un grupo político. Por favor a todos los involucrados, pidan perdón, expliquen los sucedido y prometan que nunca más.  

 

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