Eduardo Espina

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Monumentales en lo anímico

Portugal fue un rival de lujo, haciendo bien lo más difícil de todo; impedir que el rival jugara, pues los espacios pasaron a ser mínimos o inexistentes
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02 de julio de 2018 a las 05:00

Siempre he dicho y repetido que Fernando Santos es uno de los mejores entrenadores de fútbol del mundo. En mi opinión, el mejor de Europa. Con barro hace oro. Como pocos, convierte el juego del fútbol en una meticulosa pieza de ingeniería en la que cada pieza funciona a la perfección. Llevó a una mediocre selección griega a la segunda ronda de Brasil 2014 y al poco tiempo sacó a Portugal campeón de Europa. Le tenía más miedo a él que a Ronaldo. Planteó y ejecutó un partido brillante en lo táctico, en lo estratégico, modificando con su visión del puro instante el esquema para hacer variaciones de jugadores y de orden obligadas por el resultado.

Hizo todo bien, pero se encontró con un Uruguay monumental en lo anímico, con un Cavani que, como aquel cirujano que va al quirófano convencido de que le salvará la vida al paciente aunque la operación dure 18 horas, entró a la cancha sabiendo lo que tenía que hacer, con un Torreira en imperativo, que me hizo acordar al Jeep del general Douglas MacArthur, capaz de sobrevivir cualquier bombardeo y para el cual la velocidad de Ronaldo no fue problema, pero además estaban Godín y Giménez, la mejor pareja de centrales del mundo, en síntesis, se encontró con una escuadra de las que gana batallas porque está convencida de que puede ganar la guerra.

Al final Uruguay tuvo todo para liquidar el partido, pero los tres cambios, Cebolla, Sánchez y Stuani no entraron inspirados, cometiendo errores producto del apresuramiento, en momentos en que había tolerancia cero para la equivocación. Portugal fue un rival de lujo, haciendo bien lo más difícil de todo; impedir que el rival jugara, pues los espacios pasaron a ser mínimos o inexistentes.

Uruguay cometió un error y le costó el gol. Portugal no cometió ninguno, cuidó todos los detalles, pero enfrente estaban Cavani y Suárez, Quijote y Sancho derribando molinos de viento cada vez que encontraban una rendija, tan peligrosos como el ébola, tan letales como una bala disparada al corazón. ¿Hasta dónde podremos llegar? Lo sabremos el viernes, por ahora, hay que seguir montados a la gran ilusión de creer en todo lo bueno por venir, incluso que los santos del cielo van a intervenir para que Cavani pueda jugar.

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