Uruguay es ese país con un Arroyo Seco, un Cerro Chato y presos en Libertad, dice un añejo chiste que ni gracia tiene. Lo que no es broma es la evidente paradoja que revela la imagen que acompaña esta crónica. La foto, sacada este Jueves Santo, muestra una imposibilidad acaso exclusiva de Montevideo: una fuente sin agua. Porque si algo es una fuente es ese lugar en el que el agua corre más o menos generosa. Característica de la que carece eso que no se sabe bien qué es y que está enclavado en el centro del rosedal del Prado. La imagen también muestra mugre y depredación.
Hay una canción de Fernando Cabrera, Paso Molino, que nos revela que en ese sitio alguna vez hubo otra cosa: “Rosedal, senderos, bancos, soledad/ y la fuente llora su tristeza porque no puede correr/ hasta la fuente de atrás del hotel”, dice uno de los versos recordando un metafórico llanto que ya no llora esa fuente ni tampoco la que está detrás del hotel del Prado.
Para presenciar esa fea extrañeza de las fuentes sin agua no es necesario caminar por el rosedal; las pobres arquitecturas secas están repartidas por toda la ciudad y hay pocas expectativas de que eso cambie. “Ya vendrán tiempos mejores”, puede pensar alguno para su consuelo. Pero el Uruguay atraviesa uno de los períodos de bonanza económica más provechosos de su historia y la intendencia de Montevideo recauda como nunca. Si el agua no brota ahora ¿cuándo brotará?
Se dirá que la culpa no es de los responsables de abrir la canilla sino de aquellos que rompen lo que encuentran a su paso. La explicación solo alcanza para mostrarnos una ciudad resignada al vandalismo.
A estas zonas grises de la capital podemos sumarle los edificios públicos descascarados, las iglesias cercadas, las plazas mugrientas, la sensación de que la ciudad no conserva su pasado pero tampoco construye ningún futuro.
Una fuente sin agua es un evidente oxímoron. Pero, en Montevideo, es también una irreparable tristeza.
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