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Milei: un golpe al statu quo

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16 de agosto de 2023 a las 05:02

Por John James Moor (*)

Quizás parte de la explicación de un fenómeno como el de Javier Milei tenga un primer punto de partida muy lejos del conurbano bonaerense, una matriz del cuadro de deterioro sistémico, similar al que viven muchos segmentos sociales en América Latina y en otras regiones del mundo, como los “banlieues” parisinos. Allí la vida es más un ejercicio diario de supervivencia que el simple transitar del día a día sobre un conjunto de certezas elementales aseguradas como la alimentación, la salud y la propia integridad física, de la que dispone y disfruta la otra parte beneficiada de esas sociedades. Esas matrices funcionan hoy como ollas a presión que pueden devenir prontamente en bombas de relojería, tal como la que le estalló a Emmanuel Macron hace unas semanas atrás. Efectivamente, allí hay gente dispuesta a quemarlo todo, porque tal vez ya no tengan nada que perder.

Pero hay otras formas de hacer arder la pradera, o bien en ciertos casos, a las urnas.

Eso es lo que hoy estamos presenciando y viviendo en lugares en los que la disfuncionalidad política, entendida como la manifestación de movimientos y líderes populistas anti sistema, en combinación con las incapacidades de gestión de los gobiernos y el divorcio de la política con la sociedad entre realidades paralelas, hubiera sido impensable diez años atrás. Sin embargo así está ocurriendo, en forma de una ola que no distingue ni mapas ni culturas, desde Estados Unidos al Perú. Pero es en el corazón de Europa, en donde tal vez este fenómeno debería llamar a una reflexión en situación de alerta, y que conecta con lo que aconteció en Argentina en las elecciones PASO del domingo. Lo ocurrido en Alemania y Argentina componen la fuerza de esa ola.

El pasado mes de junio, el partido de ultraderecha alemana, Afd (Alternativa por Alemania), obtuvo su primera victoria para gobernar un consejo distrital en una pequeña ciudad en la región de Turingia, ubicada en la ex Alemania del Este. Si bien es un hecho menor desde las referencias demográficas, fue capaz de generar la suficiente inquietud en el sistema político alemán, y sus ondas expansivas también provocaron un sobresalto en el resto de Europa. La preocupación no es infundada. La ultraderecha alemana está ligada al pasado en su versión nazi, y si bien su discurso e ideas aun dista años luz de lo que significó el nazismo en todo su horror, cualquier giro a la extrema derecha significa una señal que advierte acerca de fuerzas que empujan a un sector de la sociedad a sentirse representada por la ruptura y el rechazo a un estado de la política construida por el consenso en un marco democrático. Pero lo preocupante no termina en esa pequeña población. Hoy hay encuestas para las siguientes elecciones parlamentarias que muestran a Afd como segundo partido, superando ya en intención de voto a la Social Democracia, el primer partido en representatividad parlamentaria y parte del centro político alemán. En ese mismo parlamento, la ultraderecha ya ocupa setenta y ocho escaños, cuando diez años atrás no tenía representación parlamentaria.

¿Cómo se conecta Milei con el extremismo alemán?

El territorio común es el hartazgo de las sociedades ante la incapacidad de la política tradicional en resolver los problemas agobiantes como el desempleo, la inflación, la corrupción y la inseguridad, o el temor a los inmigrantes. Los propios partidos atraviesan a su vez un desgaste cuando no un declive en sus marcos ideológicos y en la calidad intelectual y moral de sus liderazgos. Si en Alemania o Italia es el inmigrante o la falta de empleo el objeto de la frustración, en Argentina lo ha sido el cocktail combustible de un gobierno inepto a cargo de una economía descarrilada, una inseguridad fuera de control y una corrupción rampante y descarada, practicada desde la propia presidencia hasta los profundos vericuetos del aparato estatal. Así, un peronismo coptado por otra variación popu-oportunista como el kirchnerismo se fue vaciando de relevancia, mientras que la posibilidad de un centro político moderado se diluyó en un juego de rivalidades y desaciertos que derivó en su propio descrédito.

Tal como lo advirtió el politólogo Eduardo Fidanza la noche del domingo, el resultado da por culminado un ciclo de cuarenta años desde la recuperación democrática con la elección de Raúl Alfonsín. Si aun es incierto el escenario de Octubre, lo ya ocurrido es la voz y el gesto de una sociedad que ya no sopesa lo pragmático frente a lo ideológico en el repertorio político, sino que en su propia impotencia, es el actual statu quo político el que ya no tiene ni valor ni significado, y mucho menos, una razón de ser. El problema implícito es hasta donde la democracia republicana es capaz de diferenciarse en ese declive, de los partidos que la sustentan y de generar una renovación seductora. No será la primera vez que las urnas arden cuando esa distinción y facultad se pierden. En este caso, Milei tiene en sus manos el combustible, y octubre no está lejos.

(*) Consultor y Profesor de Geopolitica aplicada a los negocios internacionales en la Universidad de Montevideo

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