Habrá que dejar de decirle “el pistolero”. Desde que llegó a Barcelona, o al menos tras sus últimos goles, Luis Suárez ya no utiliza sus pulgares para disparar balas imaginarias en cada festejo. Ahora muestra tres dedos –dirigidos a su esposa y sus dos hijos- y los besa.
¿Tiene esto algo que ver con una maduración del astro uruguayo? Cuando los hombres maduran mucho dejan de jugar. Y a pesar del éxito y de los millones en su cuenta bancaria, Suárez, se nota, sigue disfrutando del juego como en su niñez salteña.
El fútbol es un poco como la pobreza –dos cosas presentes en la vida de Suárez-: se pueden escribir mil ensayos, pero solo quien los experimentó sabe de manera completa sobre las hieles y las mieles que provocan uno y otro.
Suárez parece haber madurado porque ya no finge tanto cada falta, pero se sigue tirando; ya no protesta tanto, pero protesta; no muerde rivales, pero cada tanto se le escapa un pisotón; y no duda en putearse abiertamente con sus compañeros de selección Diego Godín y Josema Giménez cuando el Barcelona y el Atlético Madrid se cruzan.
Suárez es probablemente el uruguayo más famoso del mundo. Es posiblemente una de las personas más famosas del mundo. Hay que cargar con ese peso. Cada vez que alguien en algún lugar dice “el uruguayo Luis Suárez” es como si dijera Uruguay, el pequeño país que en el fútbol rompe su geografía y su demografía. Es como si dijera eso y mucho más.
Y Suárez sabe que en Uruguay la gente es hincha de él. Cuando se le preguntó en una entrevista con El Observador si quiere terminar su carrera jugando en Nacional, fue muy cauto; no negó el cariño por el club de sus inicios, pero dijo que prefería ser recordado como el jugador de la selección uruguaya, como el jugador de todos.
Suárez sigue disfrutando cada gol como cuando jugaba en los potreros de Salto, cuando tenía un solo par de championes, cuando el futuro era una neblina lejana, incierta y llena de gloria. Suárez lo conquistó y ya no necesita balas para expresar su alegría. Ahora llena los estadios de besos.
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