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La historia de Isabel, la dueña del garaje que vio nacer (y crecer) a Buenos Muchachos

La cocina musical se ubica en la casa de Isabel Marzadri, madre del guitarrista Gustavo “el Topo” Antuña, la mamá de los Buenos Muchachos
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14 de marzo de 2019 a las 05:00

Los dedos de Gustavo “el Topo” Antuña rasguean la guitarra, la escobilla golpetea suave sobre la batería de José Nozar, la voz áspera de Pedro Dalton canta.

Me recuesto en vos

suena así la melodía

y tu corazón

lleva el ritmo, la energía

así comienza el viaje

En un modesto garaje asimétrico ubicado en el barrio Malvín Buenos Muchachos ensaya. Es una tarde de miércoles de verano. El sonido fuerte –característico de la banda– viaja y queda encapsulado en ese ambiente. Metros más arriba es otro el fotograma. El silencio se apodera de la casa de Isabel Marzadri, que descansa muy tranquila en el patio junto a sus plantas. Solo se escucha el cantar de algunos pájaros. Ni las guitarras ni la batería ni la voz de Dalton logran interrumpir esa calma.

Isabel es la madre del “Topo” Antuña y desde hace más de 20 años la banda de su hijo ensaya sus canciones en el garaje de su casa. Siempre fue un lugar de encuentro para Antuña y sus amigos. “Un recibidor oficial. Después empezaron con los toques. Pero Gustavo siempre estaba con su guitarrita, abajo.Tocaba siempre”, recuerda. La fecha concreta no está clara, pero sí la década: los 90. “Cuando empezaron ya estaban viniendo. De a uno, de a dos, hasta que al final se armaron y empezaron a tocar”, agrega. Después de pasar un par de años por la sala de ensayo Elepé, el garaje de Isabel pareció el lugar más correcto, se fue dando por naturaleza. “Se pidió permiso y no había problema”, agrega Antuña. Solo dos condiciones les exige Isabel: usar vasos de plásticos y respetar el horario. "A veces les digo: 'che, limpien un poco, pero no mucho más''”, comenta. Y el sonido nunca fue un problema. “El garaje está contra el frente y los dormitorios están contra el fondo, es una casa fina y larga. Entonces, tampoco es que llega mucho ruido hacia el fondo”, explica Antuña. “Como está muy alejado el garaje a mí no me molestaron nunca”, completa su madre.

La mayor preocupación de Isabel eran los vecinos, pero en todos estos años nunca tuvo una queja. Ayudó la delicadeza que tuvo la banda de presentarse: “Golpeé las puertas de cada uno, por lo menos, las linderas, avisando que había una banda, que era mi trabajo y que se tocaba acá”, cuenta Antuña. Y los horarios son prudenciales: de seis de la tarde a nueve de la noche; en todos estos años la banda siempre respetó ese horario. A pesar de que siempre existió una buena relación con los vecinos, Antuña reconoce el cambio positivo que tuvo la incipiente aparición de la banda en los medios con el relacionamiento con el barrio. “Cuando fuimos al programa de Omar Gutiérrez la relación cambió radicalmente. Después de ahí fue como 'Eh, qué tal, qué tal, cómo estás?, ¿Todo bien?'", recuerda entre risas.

Son más de 20 años, muchas horas de trabajo, “muchas horas de ruido”, anécdotas musicales, llegadas de recitales a la madrugada; a la memoria de Dalton le cuesta hacer foco: "Tantas cosas pasaron que ya no sé qué es anécdota y que es simplemente estar”. De los primeros años no se olvida del Volkswagen gol azul celeste del padre de Antuña, que se estacionaba en el medio del espacio. En un rincón Antuña tenía una mesa de dibujo, ahí fue donde arrancó todo. El “Topo” con una guitarra criolla, Dalton cantando al aire y Rafael Clavere (el primer baterista) golpeando con pinceles unos frascos que simulaban una batería.

El espacio sigue siendo el mismo, hoy se guarda el auto de Antuña, no está aislado profesionalmente y solo unas plaquetas en las paredes –que están pegadas hace 20 años– intentan ayudar al aislamiento. Sobre ellas hay caras dibujadas por Dalton, afiches de recitales pasados, alguna foto, teléfonos de fleteros del rock y setlists de canciones para ensayar. Para Dalton la sala es un poco caótica. Isabel opina que son bastante ordenados, pero le gustan mucho los dibujos de Dalton. “Ese es el lugar de ellos, yo no les digo nada”, agrega.

La disposición de los instrumentos fue cambiando hasta encontrar el sonido que les convenció. Quitando ese detalle, el garaje es el mismo de siempre. ¿Lo más antiguo? “Nosotros”, acota Marcelo Fernández, guitarrista de la banda, y se ríe junto a Antuña.

Isabel vio crecer a esos niños, hoy adultos casi cincuentones, que todavía hacen rock en su garaje. “A esta altura ya estoy tan acostumbrada. Cuando arrancó fue sin saber, aparecieron y empezaron”, comenta. Hoy mantiene una relación cercana con todos, especialmente con Dalton y Fernández, que son a los que conoce desde hace más tiempo. “Incluso Marcelo tiene llaves, entra y sale cuando quiere. Vienen siempre a buscar cosas, porque tienen todo depositado acá y siempre necesitan algo cuando tocan”, agrega.

A Isabel le gusta leer –novelas policíacas y libros de filosofía son sus favoritos-, se define radiomaníaca y nunca se pierde una siesta. Por este último motivo está prohibido tocar en la hora de la siesta. Los ensayos no interfieren con su vida: “No tengo que postergar nada de lo que hago porque ellos ensayan abajo. Es otro mundo aparte”. Mientras su hijo y los amigos rockean ella se sienta en el fondo con sus plantas, a veces merienda, otras prefiere leer. Alguna vez les ha convidado con helado o preparado una pastaflora. “Para mí es lindo, porque estoy acá, están acá. Me gusta mucho que estén acompañándome…Son mis hijos adoptivos”, comenta con una sonrisa.

“Mamá nos aguantó la vida musicalmente y nos dio su casa. Es tremenda persona, es una amiga y con esto de habernos dado la posibilidad de tocar acá y laburar acá es tremendo gesto, no cualquiera se fuma todo el tiempo un tuqui tuqui y un ruidaje. Es así, tocamos fuerte”, cuenta su hijo. En el caso de Pedro su relación con Isabel fue in crescendo, desde el primer reto por verlo fumar adentro de la casa hasta compartir asados. “Nos banca a muerte, es la que está más en contacto con nosotros, la que más nos soporta, la que más nos aguanta, la que más nos da par adelante". Y concluye: “Es como la madre de la banda”.

Isabel tiene una paciencia particular, no se enoja nunca por la cantidad de ensayos ni jamás los interrumpió. Y claro que es una fanática más del grupo, tiene todos los discos –porque se los regalaron– y hay unos cuantos temas que no puede dejar de escuchar. Entre ellos esos rocks “bien agitadosestán: He never wants to see you once again, Y la nave va, Pavimento del buen muchacho y Rocanrolaso.

La tarde ya se transformó en noche. La banda sigue ensayando. La voz de Dalton entona con calma “voy soñando la aventura, un sueño real”. Isabel descansa tranquila en la cocina. En su garaje ya se está cocinando el próximo disco de los Buenos Muchachos.

La cuarta estación

Recital Estival cierre el ciclo de shows de las estaciones del año que viene haciendo la banda. Primero fue otoño, luego primavera y después invierno. Faltaba el verano. Aunque no se definen como una banda muy veraniega, prepararon 36 canciones para estos dos recitales; el setlist incluirá canciones más estivales y un poco de lo otro también.
Lugar: La Trastienda
Fechas: 14 y 15 de marzo
Hora: 21 hs.

 

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