La imagen se repetía cada verano. Alcanzaba con recorrer la feria de Punta del Este, la plaza de artesanos de Piriápolis, la calle principal de La Paloma o algún mercado en Punta del Diablo o Cabo Polonio para encontrar uno a la venta. Ahora –con la perspectiva del tiempo y la influencia de la educación– esa imagen es, incluso, sádica. Pero hasta hace no mucho comprar y vender caparazones o cabezas de tortugas embalsamadas y clavadas a una placa de madera no era para nada extraño.
El comercio ilegal y la explotación de las tortugas marinas que llegan a las costas uruguayas fue, hasta hace menos de 20 años, una cosa de todos los veranos. La carne de la tortuga verde, los caparazones de la tortuga carey y el cuero de la laúd eran –siguen siendo– mercancía con muchísimo valor comercial, según un estudio publicado por Andrea Morabito en Montevideo en mayo de 2011.
En 1999 se fundó Karumbé, una organización sin fines de lucro que tras un trabajo muy fino de concientización de la población de pescadores en los pueblos y balnearios esteños, logró revertir una situación común y corriente hasta transformarla en una excepción. Esa fuerza, sumada a las políticas públicas y los convenios internacionales que impiden el comercio, captura, retención o muerte de especies amenazadas, revirtieron la tendencia.
Ya cuando Morabito publicó su trabajo en 2011, esta práctica había reducido drásticamente hasta casi desaparecer. Pero no fue su fin.
Alejandro Fallabrino, fundador y líder de Karumbé, dice que lo que está viendo este año en las zonas costeras “es una locura”. Desde los primeros días de enero, el investigador y conservacionista ha atendido más de 70 llamados que reportan la aparición de tortugas muertas en la playa. La mayoría muere a causa de la pesca. Las tortugas entran en las redes y terminan ahorcadas. Hace apenas unas semanas, un pescador perdió su red en alta mar y a los pocos días aparecieron 10 ejemplares, pudriéndose en la orilla. Lo que a Fallabrino le resulta más dramático es que algunos de los animales reporteados aparecieron en Valizas y Piriápolis sin su caparazón.
Cuando Karumbé comenzó a funcionar hace 20 años, lo primero que se decidió hacer para frenar la venta de caparazones fue relevar la cantidad de casas de verano que tenían uno como adorno. Se recorrieron algunos balnearios de Rocha y Maldonado, tocando puerta por puerta; así se contabilizaron más de 400. “Yo anduve en varios países trabajando en proyectos de tortugas marinas y esto no se ve en todos lados. Es algo bien del uruguayo que parece que le encanta tener el caparazón arriba de la chimenea”, dice.
El siguiente paso para frenar el avance fue en 1998 cuando se promulgó el decreto 144 que protege a las especies de tortugas marinas en todo el país. Desde entonces está prohibido tener o comprar un caparazón de tortuga como adorno. El decreto está amparado por la ley de fauna, que habilita a decomisar la mercadería y aplicar una multa.
Algunos países han dado algunos pasos más en la preservación de estas especies amenazadas por la pesca industrial con la creación de lo que se conocen como Dispositivos Exclusores de Tortugas (DET). Son una serie de redes de pesca que se implementaron por primera vez en el Golfo de México y permiten a las tortugas salir de la red sin lesiones. Esto no se implementa en Uruguay, porque no hay un mercado u organización que lo exija antes de aceptar comprar pesca local.
Virginia Ferrando, veterinaria experta en tortugas marinas, explica que el decreto logró impulsar un trabajo de diálogo con los pescadores artesanales en el que se intentó afirmar a la tortuga marina como imagen identitaria, pero no como un accesorio de venta o como materia prima para la fabricación de joyas, vajilla y otros elementos.
No obstante, encontrar un caparazón a la venta hoy es bastante sencillo. Si bien desde Karumbé han mantenido conversaciones con sitios como Mercado Libre para filtrar las ventas online, sí se ofrecen en algunos sitios alternativos. El caso más reciente al que se enfrentó Fallabrino fue en Maldonado donde por internet se ofrecía uno por US$ 1.000. Se realizó la denuncia, la Direccion Nacional de Medio Ambiente (Dinama) fue hasta el lugar, pero al llegar al punto de venta, no lo encontraron. “Las pruebas están en internet”, insiste el investigador. Y agrega: “Tenemos casos de personas que se llevan el cuerpo entero del animal y lo ponen en formol. Eso es totalmente ilegal, tenerlo en tu casa como si fuese tu museo personal”. Ferrando insiste con que la norma aplica de igual manera a si el animal es encontrado vivo o muerto porque de lo contrario “es difícil determinar si lo mataron a propósito”. Hace ya varios meses que no se encuentra una cabeza de tortuga, pero comentan que era posible comprar una por US$ 1.400 en las ferias de Tristán Narvaja y Pajas Blancas en Montevideo. Esto se puede denunciar a través de la web del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente.
Para los abocados a la conservación, la pelea por la vida de las tortugas continúa.
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