Hace unos días pasó casi inadvertida una noticia. Después de más de noventa años de funcionamiento, el servicio de lanchas que unía nuestro puerto de Salto y el argentino de Concordia, se había suspendido. Los que nacimos o vivimos en el norte recibimos con mucha dolor la información. Fueron muchos, muchísimos los viajes realizados entre las dos ciudades utilizando el transporte fluvial.
Entre Salto y Concordia existió desde siempre un vínculo. Las fiestas patrias, el deporte, las compras en los comercios y hasta las excursiones mantuvieron unidas a las dos ciudades. Es una unión afectiva primordialmente porque siempre conservaron sus identidades. No obstante y es mi caso, el amor humano logró unirlas más. Mi padre, argentino, conoció en plena juventud a mi madre oriental y se casaron en Uruguay.
A partir de entonces los viajes y las visitas se hicieron muy frecuentes entre las dos familias. Los hijos crecimos vinculados estrechamente con Uruguay. Las lanchas unían las dos ciudades en una travesía serena pero que a veces dejaba paso a turbulencias amargas.
Salto tuvo contactos fluviales con nuestra capital. Eran los vapores que zarpaban de su puerto y la unían con Montevideo. También desde Salto se accedía en lancha a Concordia, para viajar a Buenos Aires por vía fluvial o por ferrocarril. Nuestro río Uruguay permitía la navegación para aquellos vapores que han quedado ahora en la historia. Los concordienses podían también cruzar a Salto para embarcarse o para abordar el ferrocarril a Montevideo.
El movimiento entre las dos ciudades era intenso. Junto a los lazos familiares había también motivos económicos. De acuerdo al cambio monetario y por temporadas, Salto ofrecía ventajas económicas como así también Concordia en las idas y vueltas de la economía. En la actualidad rige la ley “cero kilo” que impide el comercio entre las dos ciudades.
Ir de Concordia a Salto era un verdadero paseo. El puerto estaba muy cercano a calle Uruguay y era de muy fácil acceso. Existía un servicio de lanchas diarios con horarios. Los trámites migratorios eran sencillos y rápidos. Las llamadas lanchas “expresas” eran contratadas especialmente. En mi caso, las familias se visitaban con frecuencia. En las lanchas se transportaba todo. Sobre mi mesa de trabajo atesoro un cuadro de la casa de mis abuelos y que cruzó a Argentina en un viaje en lancha junto a una cuna de madera.
En la tierra oriental todo era diferente o al menos al niño de entonces le parecía así. Al subir a la lancha o en la conversación, rápidamente reconocíamos nuestras procedencias. Los botijas orientales usaban championes y los argentinos “espores”. Las “facturas” argentinas eran bizcochos y se vendían por kilo para tomar mate calentando la caldera. Los niños de “segundo año” se apresuraban para llegar puntuales a la escuela porque sabían cómo era una “cepillada”. Los estudios elementales argentinos eran por grados.
Las lanchas unieron las ciudades de Salto y Concordia y transportaron miles de pasajeros. El movimiento era de unos cinco por día. Ahora está el puente internacional que las une. No obstante, es preciso emplear más tiempo en el trayecto aunque tiene sus ventajas. El antiguo puerto de Salto estaba a pasos de calle Uruguay. El argentino se encuentra un poco más lejos de su zona comercial y era preciso utilizar el tranvía y los “colectivos” o los autos de alquiler.
Quizás no se advierta la gran independencia en la manera de actuar, de hablar, de comportarse y de moverse de salteños y concordienses. Es, a mi parecer, una actitud sabia que ha permitido la permanencia de una relación estrecha y amable basada en el respeto. No pretendo quedar bien pero Salto es la segunda ciudad de nuestro país. Posee sin duda ese “scialo di gran signore” que le ha permitido mantener sus rasgos a lo largo de tantísimos años.
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