Eduardo Espina

Eduardo Espina

The Sótano > Opinión

Cómo terminar con la cultura de una vez por todas

La devaluación del deseo de conocer, del rigor y del juicio crítico, es uno de los signos alarmantes del Uruguay de hoy
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01 de abril de 2019 a las 05:01

En el recuento de los fallecidos en 2018 en las diferentes disciplinas artísticas, publicado en dos entregas en diciembre pasado, incluí el nombre de una cantidad de gente, alguna más famosa que otra, que se destacó durante su vida activa y cuya muerte pasó totalmente desapercibida en Uruguay.

Un lector despierto y al tanto de lo que pasa en otras partes, me escribió preguntándome por qué los medios uruguayos no habían informado de los decesos en su debido momento, tratándose de figuras de primer nivel. “Buena pregunta”, le dije. Y después le di mi opinión, una que seguramente molestará a más de uno, pues hoy en día son legión quienes se ofenden si alguien hace referencia a la ignorancia colectiva que caracteriza al Uruguay actual.

Uruguay es un país que en lo relativo a la producción y recepción de bienes culturales se desmorona. Si alguna vez fue un país que se destacó por su “alto nivel cultural”, como afirman libros publicados en el exterior, en el presente la imagen y la realidad son otras muy diferentes. Se pasó de un país en el que la gente hacía cola para ver una película de Alain Resnais, Michelangelo Antonioni o Ingmar Bergman, a otro irreconocible, en el cual “Cultura” significa música de murgas y comparsas, novelitas fáciles de leer, libros sobre política y políticos cuya vigencia se cuenta por días o semanas a lo mucho, etc.

En ese país, que en noviembre votará para decidir sobre su futuro, se ha hecho del facilismo, de la híper simplicación y del lugar común, motivos de culto y celebración. Estoy convencido de que no veré el regreso a una sociedad más inteligente, culta y artísticamente innovadora, y tal vez en esa certeza encuentro el consuelo. Me está tocando ser testigo del descenso al peor de los mundos, ver a mi realismo convertirse en pesimismo, pues, tal como la realidad en fase de desmoronamiento lo indica, todo pinta para empeorar, no para mejorar.

Por lo tanto, en una sociedad artística y culturalmente empobrecida, como la uruguaya, donde el público ‘considerado’ educado en lugar de celebrar las frases bien escritas celebra aquellas de fácil lectura aunque estén mal escritas, aplaude a los políticos que más sandeces digan (proliferan los embajadores locales de la oligofrenia), y reproduce mediante tuits pésimamente escritos las peores versiones de la realidad humana, recurriendo al chisme y al rumor, resulta posible concebir un escenario de fallas regulares en la información, incluso aquella que concierte a la muerte de quienes han hecho aportes mayores para hacer de la vida y de la imaginación sitios mejores.

Así pues, para todos aquellos que a fines de diciembre me escribieron para trasmitir su sorpresa tras enterarse de la muerte de artistas, escritores y músicos de destacadísimo talento, recien varios meses después de ocurridas, les informo que en semanas recientes fallecieron algunos genios innovadores en su disciplina y que pocos por aquí se han enterado.

El inventario de difuntos lo integran (y la lista va de estos últimos días hasta comienzos de enero): Scott Walker (1943-2019), a quien le ha copiado medio mundo, desde David Bowie hasta Thom Yorke de Radiohead; el genial Dick Dale (1937-2019), uno de los guitarristas con mayor originalidad en la historia del rock, a quien Quintin Tarantino le trajo una nueva audiencia al incluir el tema Misirlou, en la película Pulp Fiction; Asa Brebner (1953-2018), autor de la notable Ragged Religion y uno de los músicos más inspirados de la new wave de Boston; Larry Cunningham (1951–2019), cantante de los Floaters, cuya canción Float On (no confundir con el tema del mismo nombre, de 2004, cantado por el grupo Modest Mouse, también notable), fue éxito fenomenal en 1977, asimismo en Uruguay, donde hasta la fecha sigue siendo un clásico de la Noche de la Nostalgia; y James Ingram (1952-2019), cuya voz representa con brillantez una época en que la música se tomaba más en serio.

El caso de que el fallecimiento de Ingram pasara casi desapercibido por estas comarcas (y que cada uno interprete el sentido y proporción del inefable “casi”) resulta poco menos que increíble. Ingram, intérprete de baladas soul espléndidas como Baby Come To Me (a dúo con Patty Austin), I Don't Have The Heart (sin duda una de las mejores diez baladas de los ochenta), Always, Somewhere Out There (a dúo con Linda Ronstadt). Tan inconfundible era el timbre vocal de Ingram, que Michael Jackson y Quincy Jones lo invitaron a ser una de las voces estelares de la canción We Are the World (1985), en la que participaron algunas de las principales estrellas musicales de la década de 1980.

En pequeños, aunque no insignificantes detalles concernientes a uno de los tres elementos centrales de cualquier país civilizado, como son la cultura y la creación de realidades artísticas ‘nuevas’ (los dos otros dos son la salud y las oportunidades laborales), Uruguay demuestra ser hoy en día un desastre total. La masturbadora tendencia a mirarse todo el tiempo el ombligo, algo que nada tiene que ver con los tiempos cuando este país era la “Suiza de América”, hace que sean demasiadas las cosas que pasan en otras partes y que aquí pasan completamente desapercibidas.

Y termino con una anécdota que viene al caso para visualizar el contexto al que refiero. Tiempo atrás,  a raíz de la edición de uno de mis libros, me invitaron a dar una charla para estudiantes montevideanos de preparatorio cuyas edades, calculé, oscilaban entre los 15 y 17 años. El tema era literatura uruguaya de innovación, por lo tanto, resultó obligatorio comenzar mencionando a Julio Herrera y Reissig y Delmira Agustini, dos de nuestros pocos genios originales. Les pregunté si los habían leído y creo que solo dos, en un grupo de 30 estudiantes, los conocían. Uno de los presentes tuvo incluso el tupé de defender su supina ignorancia. Dijo, ante mi incalculable sorpresa: “Y por qué tengo que conocerlos si no son de mi época, son de mucho antes que yo (sic)”. Con gansadas de este tipo, está hecho el Uruguay de hoy.

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