Cuando fallece alguien famoso, los medios informativos suelen caer en el obituario hagiográfico o la difusión de una sarta de inexactitudes que alarmarían al difunto.
Ha muerto Charles Aznavour, grande entre grandes, y es una injusticia, por no decir una barbaridad, afirmar que “murió el Frank Sinatra francés”. Es como comparar el agua con el aceite.
Además, uno y el otro fueron el agua y el aceite; buenos para cuando teníamos sed o queríamos cocinar un huevo frito. Por clase, por estilo, y por los personalísimos timbres vocales que tuvieron, Aznavour y Sinatra fueron dos mundos aparte, radiantes y únicos por sí mismos (aunque una noche tomaron juntos bourbon y CA le dijo a FS que el Jack Daniels tenía gusto a petróleo), con la gran diferencia de que el franco-armenio podía cantar en varios idiomas (armenio, francés, inglés, español, yiddish, italiano y alemán), como si Dios le hubiera advertido que para entrar al cielo de los mejores hay que construir a puro canto una torre de Babel de armonía, melodía y formas de frasear netas y claras, de las que van directamente al alma sin necesitar el visado de la razón.
Además, uno y el otro fueron el agua y el aceite; buenos para cuando teníamos sed o queríamos cocinar un huevo frito.
Fue eso precisamente lo que distinguió a Aznavour: la capacidad de emocionar hasta lo más profundo con cualquier canción que interpretara. Canciones que multiplicaron su fama en todas partes, canciones que se escuchan hasta en pueblitos ubicados donde el diablo perdió el poncho, y que en las interpretación de otros serían simples baladas pop, como She y Venecia sin ti, en la voz de Aznavour se transformaron en himnos espirituales que pusieron al amor en un altar.
Fue eso precisamente lo que distinguió a Aznavour: la capacidad de emocionar hasta lo más profundo con cualquier canción que interpretara.
Son tantas y tantas las canciones que Aznavour hizo perpetuas, que todo recuento a esta altura resulta incompleto, como suele ser cuando fallece un artista con mayúsculas, de los que han pasado de una época a otra sin que el tiempo los tocara y empequeñeciera, como pasa hoy con la mayoría de los que se dicen cantantes. Aznavour, quien tuvo a Carlos Gardel como uno de sus dos cantantes favoritos (el otro fue Al Jolson), escribió más de 1.200 canciones y vendió cerca de 200 millones de discos.
Días después de cumplir 94 años, el pasado 30 de junio, dio un concierto en el Albert Hall de Londres. Solía decir que hay gente que envejece, y otra que solo agrega años a la vida, como él. Confesó que su lozanía a pesar de la edad, estaba vinculada al hecho de dedicar dos horas diarias a la lectura de libros. Las palabras, sobre todo aquellas que cantó, lo hicieron eterno.
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