Ángel Ruocco

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¡Calentita la garrapiñada!

En nuestras costumbres, modos de vida y alimentación mezclamos lo importado, principalmente de Europa, con lo americano
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08 de junio de 2017 a las 05:00

Un importante antropólogo e intelectual brasilero, que más descendiente de europeos no podía ser, decía años atrás con cierto dejo peyorativo que los uruguayos somos "europeos transplantados". Pero no es tan así.

Si bien la mayoría de nuestra población tiene antepasados en el llamado Viejo Continente, no son pocos los que tienen también genes de los primeros habitantes de este continente y del africano. O sea que, de un modo o de otro, somos también, afortunadamente, genética y/o culturalmente mestizos, como lo eran los gauchos y como lo somos los hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de inmigrantes europeos.

Y en nuestras costumbres, modos de vida y alimentación mezclamos lo importado, principalmente de Europa, es cierto, con lo americano (quede claro que no me estoy refiriendo a lo estadounidense).

Eso se ve claramente en los platos de nuestra cocina, por ejemplo en un puchero criollo, con numerosos ingredientes que le regalaron al mundo las creativas culturas indígenas americanas como las papas, los zapallos, los boniatos, los choclos y los porotos junto a productos alimenticios originarios del Viejo Continente, en primer lugar la carne vacuna y los embutidos de cerdo.

Por otra parte, también hemos adaptado los modos de vida, incluyendo el quehacer culinario, venidos fundamentalmente de Europa a la realidad local, a lo que nuestra tierra, nuestra historia, nuestra economía y nuestro clima nos ofrecen.

Por eso, los platos de países europeos que trajeron aquí primero los conquistadores o colonizadores (elija como llamarlos) y luego los inmigrantes, sobre todos los de los siglos XIX y XX son aquí diferentes de los originales. Así es que tenemos una cocina ítalo-uruguaya diversa de la italiana -no por ello menos apetecible- y transformamos recetas españolas, alemanas, británicas o de otras partes de Europa en platos criollos a más no poder.

Es que no somos "europeos transplantados" pero tampoco "indios" (que quede claro que para quienes admiramos a los pueblos que primero poblaron el continente ese término no es ofensivo en absoluto), como con a veces tufillo racista y xenófobo nos catalogan algunos europeos (no todos), que del continente americano tienen clisés generalmente equivocados y a menudo negativos. Somos, y a mucha honra, como todos nuestros hermanos del continente, simplemente americanos, fruto de una verdadera y fructífera fusión de pueblos.

Tengo, al respecto, alguna que otra experiencia personal recogida a lo largo de mis largos años de trabajo como corresponsal extranjero en varios países de Europa, incluyendo los de mis ancestros paternos y maternos, respectivamente Italia y España, y el que ahora es el de mis nietos, Alemania. Países a los que, aclaro, me siento especialmente ligado emocional y culturalmente. Lo que no quita que, como esas no han sido ni son sociedades perfectas como tampoco lo son las nuestras, me sienta con derecho a señalar sus errores, confusiones e ignorancias o incluso a reírme de ellos cuando corresponda.

Allá por los años 80 del siglo pasado un enviado especial del diario de Bonn "General Anzeiger" viajó a Montevideo para cubrir un partido de fútbol entre Uruguay y Alemania. El periodista deportivo alemán publicó una crónica con sus impresiones sobre la capital uruguaya con tanto macaneo que no pude resistir la tentación de reproducirla en un servicio para la agencia de noticias de la que yo era corresponsal extranjero en la entonces capital de la RFA.

Para empezar, el enviado manifestaba su asombro por el hecho de que en agosto hiciera tanto frío en Montevideo y que las palmeras de la Plaza Independencia fueran sacudidas violentamente por un fuerte y gélido viento polar.

Ocurre que unos cuantos –no todos, por supuesto- habitantes de la llamada "culta Europa" no conciben que cuando en su continente es verano en el hemisferio Sur sea invierno y creen que cuanto más al sur del globo se viaje se encuentra uno con más calor, frondosas selvas, palmeras típicas del trópico, costumbres exóticas y, si se trata de América del Sur, inevitablemente indios.

Pero el colega renano no encontró en Montevideo casi nada de eso que creía que iba a hallar. Quizás había visto alguna vez una vieja obra teatral alemana llamada algo así como "Mi casa en Montevideo" en la que nuestra capital era representada como un colorido pueblito tropical y no como la gris y fría ciudad que en el invierno austral es azotada por vientos antárticos.

Eso sí, encontró las palmeras de la Plaza Independencia, aunque en verdad no son muy tropicales que digamos ya que fueron importadas hace unos cuantos años de Europa, más precisamente del área mediterránea.

Pero además de las palmeras que (aunque las vio asombrosamente –para él- estremecidas por un viento helado) confirmaban la composición de lugar que se había hecho previamente sobre la ciudad a la que lo habían enviado, el periodista deportivo descubrió otra cosa: indias vendiendo castañas en las veredas de la calle principal de la insólitamente –para él- fría Montevideo. Así lo consignó en su crónica.

La verdad de la milanesa es que las indias vendiendo castañas no eran otra cosa que unas morenitas -quizás de mi viejo Barrio Sur- que hacían y vendían en improvisados puestitos callejeros, al grito de "¡Calentita la garrapiñada!", su mercancía en pleno 18 de Julio.

Y nuestra criolla garrapiñada es un simple y antiguo dulce asiático-europeo traído por los españoles a su llegada al continente americano y aquí adoptado y adaptado. Básicamente se hace en Hispanoamérica con maníes (voz taína) también llamados en otras partes de cacahuetes (voz nahua) cocinados si es posible en un recipiente de cobre con azúcar y vainilla.

Este dulce había sido llevado a España por los árabes, quienes lo conocieron en el Oriente Próximo y Egipto. Originalmente se elaboraba con almendras y miel, aunque existen diferentes recetas. En España se siguen haciendo las almendras garrapiñadas, pero aquí, para elaborar este popular dulce con ciudadanía uruguaya adquirida, en lugar de ese fruto se utilizan los americanos maníes. Debí haberle explicado todo esto al enviado del "General Anzeiger"... Pero no lo hice y él seguramente siguió creyendo que había visto indias vendiendo castañas.

Dicho sea de paso, para el Diccionario de la Real Academia Española, garapiñar (con una sola erre) significa "bañar golosinas en el almíbar que forma grumos (almendras garapiñadas, piñones garapiñados) y garapiña es "estado del líquido que se solidifica formando grumos". Que conste.

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